Se acaban de cumplir en estos días seis décadas desde la caída del general Juan Domingo Perón en septiembre de 1955. Pese a que meses antes el peronismo había arrasado en las elecciones especiales convocadas para cubrir la Vicepresidencia, el conflicto con la Iglesia a fines del año anterior había desatado un fenomenal proceso de pérdida de poder político.
Un punto crucial de este conflicto tuvo lugar en la procesión de Corpus Cristi, el 11 de junio de 1955. La semana anterior, el día 4, la mayoría peronista en el Congreso había homenajeado a Perón al cumplirse un nuevo aniversario de la revolución de 1943 y de su propia asunción como presidente en 1946. El país parecía partido en dos mitadas.
Buena parte de la población había encontrado en el conflicto del Gobierno con la Iglesia el vehículo para canalizar el descontento con el peronismo. Salieron a las calles varios cientos de miles de personas, que superan con creces los activos militantes católicos. Todas las corrientes políticas opositoras confluyeron aquel día en la movilización en Plaza de Mayo. Al momento de la desconcentración, una columna se dirigió al Congreso donde se producen gritos e insultos contra Perón. Al finalizar la jornada tuvo lugar el triste y confuso episodio de la quema de la bandera, un suceso que permanece rodeado de misterio: el Gobierno diría que fueron elementos católicos opositores quienes producen los desmanes mientras que la oposición, por el contrario, diría que se trató de "infiltrados" enviados por el propio oficialismo.
Esta última suposición fue alimentada por los hechos posteriores: el caso fue difundido ampliamente por el aparato propagandístico manejado por Raúl Apold, el influyente secretario de Medios de Perón que recientemente mereció una valiosa biografía de la periodista Silvia Mercado. Lo cierto es que al día siguiente –domingo 12- se produjeron nuevos incidentes en la Catedral durante la misa, a la que asistió, entre otros, el ministro de la Corte Suprema Tomás Casares, un ferviente católico. Un grupo de manifestantes, adictos al gobierno, atacaron a los feligreses, en un clima de crispación político que parecía no tener fin.
El lunes, Perón habló por radio y se preguntó si el pueblo "no se cansará algún día y determinará hacer justicia con su propia mano", una declaración que si bien encerraba una realidad palpable, en boca de un jefe de Estado resultaba cercana a la irresponsabilidad. Dos días después tuvo lugar una reunión de gabinete. El ministro de Marina de entonces (Aníbal Olivieri) recuerda que "había clima de locura (...) el presidente parecía haber perdido la razón. Manifestó que se atentaría contra su vida. Que él no temía. Que si le mataban le sucedería en el poder Teissaire y si lo mataban a éste le sucedería Borlenghi." Olivieri recordó que el vicepresidente propuso "largar a los muchachos del Partido a la calle para dar palos" y que ante semejante barbaridad, Perón se negó.
Olivieri relató que "el ambiente era ciertamente demencial y cargado con presagios de muerte. (...) El Presidente continuó hablando: manifestó que por algún tiempo se quedaría a vivir en la Casa de Gobierno y atendería pistola al cinto. Que tenía a los negros listos con latas de nafta para incendiar el Barrio Norte. Luego pasó al tema de la bandera: dijo que los autores seguramente no habían querido quemarla intencionalmente; que tal vez habría estado contenida en un paquete y que al quemar el papel que la envolvía se habría quemado. Pero de todas maneras es un juego de vivos- dijo guiñando un ojo -y yo lo aprovecho políticamente (sic). Al término del acuerdo parecía que los Ministros y demás asistentes no podían incorporarse en sus asientos, agobiados por la sensación siniestra que había quedado. Un ministro civil se me acercó y dijo: Almirante, esto es tremendo... Este hombre está enloquecido y está fraguando un atentado a su persona para desencadenar una ola de violencia que lo salve de la situación en que se ha metido".
Bombardeo a la Plaza de Mayo
El 16 de junio, en tanto, la locura cambió de bando. Al mando del contraalmirante Samuel Toranzo Calderón, un grupo de oficiales de la Marina y la Fuerza Aérea activaron una rebelión contra el gobierno protagonizando un frustrado golpe de estado contra el gobierno peronista. Al mediodía, se produjo un bestial bombardeo sobre la Plaza de Mayo causando varios cientos de civiles heridos y varias decenas muertos. Por su parte, advertido desde temprano de que la intención de los sublevados era terminar con su vida, Perón se refugió en el Ministerio de Guerra. Durante la mañana, había recibido en su despacho al embajador norteamericano. A las 14.30 se produjo un segundo bombardeo y a las 17.40 un tercero. Se estima que ese día se produjeron doscientas muertes. Por su parte, el ministro Olivieri, no participa en la conspiración pero al producirse el primer bombardeo busca unirse a los sublevados. Luego quedaría detenido en la Penitenciaría Nacional y será reemplazado por el contraalmirante Lus Cornes. Perón habló por radio en horas de la tarde e hizo un reconocimiento al Ejército que ha salvado la situación.Archivo General de La Nación
El ataque de los golpistas resultó altamente impopular por lo cruento de los medios empleados en el intento de derrocar al Gobierno. El propio Félix Luna escribió más tarde: "el plan era demencial". Entre otros, participaron del alzamiento Miguel Angel Zavala Ortiz, Adolfo Vicchi, Américo Ghioldi y Luis María de Pablo Pardo, es decir, dirigentes que más tarde cumplirían importantes funciones en administraciones posteriores. Algunos insurgentes lograron refugiarse en el Uruguay. Otros quedaron detenidos como MarianoGrondona, Carlos Burundarena, Santiago de Estrada, Rosendo Fraga, Felipe Yofre y Marcelo Sánchez Sorondo, pero confirmando una regla histórica permanente en la vida política de Perón, el líder decidió no decretar condenas a muerte.
La Marina era fuertemente antiperonista. Una prueba de ello tuvo lugar un año antes, cuando en las elecciones de 1954, en la base de la Antártida habían votado contra Teisaire la totalidad de los oficiales allí destacados.
Escribió López Alonso: "Por la noche, grupos peronistas exaltados incendian la Curia Eclesiástica y las iglesias de San Francisco, San Ignacio, Santo Domingo, San Miguel, La Merced, La Piedad, San Juan y Nuestra Señora del Socorro. En muchos casos, estas iglesias atesoraban importantes reliquias y obras de arte, que resultaron destruidas, ante la pasividad de la policía, que evidentemente tenía instrucciones de no actuar. Estos nuevos actos de barbarie contribuyeron a enrarecer aún más el clima que se vivía en el país a mediados de 1955; a tal punto que nadie dudaba, una vez pasada la rebelión de este día, que a Perón le quedaba poco tiempo en el poder." También se produjeron ataques a iglesias en algunos puntos del interior, por caso en Bahía Blanca y en Córdoba.
Por su parte, Perón brindó su testimonio de los hechos en su obra "Del poder al exilio", escrita en Panamá, en 1956. En ella señala que el 15 por la noche fue advertido por el general Lucero (leal ministro de Ejército) que "en el Ministerio de Marina se estaba tramando algo". Relata Perón que "la mañana del 16, me levanté como de costumbre a las cinco. Contrariamente a mi costumbre no hice la media hora de esgrima. A las seis, marchaba en automóvil hacia la Casa Rosada. Llevaba a mi lado, al mayor Máximo Renner, que está ahora preso. Lucero me esperaba en la antesala de mi despacho (...) por fin dijo: -quiero darle un consejo, Presidente. Se trata nada más de una medida de precaución. Le aconsejaría que dejase la Casa de Gobierno y se trasladase a trabajar en mi Ministerio. Allí estará más tranquilo, se encontrará entre gente adicta y tendrá protección de las tropas. (...) Agradecí a Lucero y le aseguré que más tarde iría a reunirme con él. Después del Ministro de Ejército, entró en mi despacho el embajador de los Estados Unidos, señor Nuffer, el cual conversó conmigo hasta cerca de las ocho (...) El bombardeo de la Casa Rosada comenzó aproximadamente a las 12.45, justamente cuando la gente llenaba el centro y la Plaza de Mayo (...) su objetivo final era suprimir a Perón para eliminarlo de la lucha y tener así la partida ganada. Habían elegido para ello, la vía más difícil, pero la menos peligrosa. Durante los diez años que estuve en el gobierno, hubiera bastado un solo hombre decidido para hacerme morir. Hablaba en público, participaba en ceremonias. Cada mañana salía de casa sin escolta, guiando yo mismo mi automóvil, hacia la Casa Rosada."
Los días que siguieron no fueron ajenos al clima enrarecido. El 17 de junio, Perón reunió al gabinete nacional y ofrece renunciar. Relató Bosoer: "Estaban presentes los ministros, secretarios y el vicepresidente. Allí, Teisaire cubrió de elogios la personalidad de Perón y todos los presentes buscaron disuadirlo para que reviera su intención de renunciar, aunque varios coincidieron en la necesidad de introducir cambios profundos en la marcha del gobierno". Al día siguiente, en un confuso episodio, el senador ultra-oficialista Roman Subiza fue asesinado por su esposa. Subiza era acusado por diversos delitos presuntamente cometidos durante su gestión como ministro de Asuntos Políticos.
En tanto y aunque es un dato generalmente desconocido, el gobierno peronista atravesaba uno de los mejores momentos en su relación con los Estados Unidos. Una prueba de ello puede encontrarse en el informe que brindó, el 21 de ese mes, el subsecretario Holland ante el Subcomité de Asuntos Hemisféricos del Congreso de los EEUU. El funcionario de la Administración Eisenhower sostuvo que la Argentina "es un importante Estado del hemisferio tanto desde el punto de vista político, militar y económico" y agregó que "entre 1945 y 1947 el Departamento de Estado mantuvo una política sumamente crítica hacia el gobierno argentino. Los resultados fueron perjudiciales para las relaciones de Estados Unidos con la República Argentina y con otros países, al igual que para los intereses comerciales de los Estados Unidos".. En los años anteriores, Perón había ofrecido muestras concretas de su política anti-comunista, tanto al estallar la Guerra de Corea en junio de 1950 como durante la visita de Milton Eisenhower (hermano del presidente) en 1953 y durante la crisis que terminó con la destitución del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz al año siguiente. En materia económica, Perón había reconocido ya desde el final de su primer período las dificultades materiales del modelo dirigista y había introducido reformas en su Segundo Plan Quinquenal que terminarían con la firma del contrato de exploración y explotación petrolera con la California Standard Oil en abril de aquel año 1955.
El giro conciliatorio
Pero en el plano interno la crisis parecía no tener fin: el último día de junio, Perón realizó un cambio de gabinete, con el objeto de "oxigenar" el proceso político. Oscar Albrieu fue nombrado ministro del Interior, en reemplazo de Angel Borlenghi, quien ostentaba el récord de permanencia (casi nueve años) al frente de la cartera política de toda la historia argentina y se había convertido en la cara represiva del Gobierno. En la "oxigenación" también fueron removidos Apold, Armando Méndez San Martín (titular de Educación y señalado como gran obsecuente y creador de la UES sobre la cual se inventaron infinitas historias) y Vuletich, el jefe de la central obrera. Héctor Di Pietro queda al frente de la CGT. León Bouché es el nuevo secretario de Prensa y Difusión. Y se forma una nueva conducción, que al mejor estilo peronista, sabe combinar a figuras de distinta procedencia: Alejandro Leloir y John William Cooke reemplazan al contraalmirante Teissaire que dirigía el movimiento como interventor. Uno era conservador. El otro se convertiría en el adalid de la izquierda del movimiento. Pocos días después, el presidente hace un llamado a la pacificación y ofrece una tregua política.
Días más tarde, Frondizi se dirigió por radio al país en su carácter de presidente del Comité Nacional de la UCR haciendo un llamado a la apertura política. Más tarde reconoció que "no sabía si saldría libre o detenido". Aquel día, hasta Radio Belgrano, en Posadas y Ayacucho, a Frondizi lo acompañaron varios jóvenes militantes de la línea intransigente del radicalismo, entre otros, quien más tarde sería ministro del Interior en los años 90, Carlos Corach.
Perón, por su parte, ofrece palabras conciliatorias el 5 de julio cuando desde la Casa de Gobierno afirma: "Dejo de ser el jefe de una revolución para ser el presidente de todos los argentinos, amigos o adversarios (...) he llegado a la conclusión de que en este momento es necesaria la pacificación". Numerosos observadores llegaron a la conclusión, sin embargo, de que se trataba de gestos escasos y en todo caso, tardíos.
Un hecho complicaría los planes de pacificación: el 17 de ese mes apareció asesinado en Rosario el militante comunista Juan Ingalinella. Escribió Felix Luna en Perón y su tiempo: "Este escándalo, ocurrido casi por casualidad, hería de muerte los intentos de pacificar los espíritus. Ni el gobierno nacional ni el de Santa Fe habían tenido responsabilidad directa en el criminal proceder de la policía rosarina. Pero era como si las obreras telefónicas de 1948, el dirigente azucarero Aguirre, el estudiante Bravo, los estudiantes de FUBA y los obreros ferroviarios de 1951, los conspiradores de Suárez de 1952, los terroristas de 1953, los centenares de argentinos que habían pasado por la ordalía de la picana eléctrica durante el gobierno de Perón sin que se castigara a sus torturadores, se corporizaran ahora en el cadáver de Ingalinella. Ninguna responsabilidad directa, es cierto, pero el régimen había permitido que se usara habitualmente la tortura, había protegido a sus operadores y desestimado sistemáticamente las investigaciones que reclamaba la oposición. El azar de un corazón débil revelaba ahora, de manera dramática e irreprimible, la esencia represiva del sistema justicialista: al fin de cuentas, la policía rosarina había jugado con Ingalinella del mismo modo como muchos policías de todo el país jugaban desde años atrás con los presos políticos."
A fines de agosto, la crisis volvió a espiralizarse: Perón ofreció renunciar ante las autoridades del Partido Peronista (Leloir, Delia Parodi y el titular de la CGT, Héctor Di Pietro) en lo que parecía ser un intento por lograr un "operativo clamor" para que retirara su declinación. Al otro día, el 31, se produjo una movilización de magnitud frente a la Casa de Gobierno. La multitud desde la plaza pidió a Perón que retire su renuncia. El presidente habló por última vez desde los balcones. En su discurso, pronunció violentas palabras que aceleraron la de la crisis: "La consigna para todo peronista, este aislado o dentro de una organización, es contestar una acción violenta con otra más violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos". Las palabras del líder parecieron cancelar el plan de pacificación buscado con el cambio de gabinete y el ministro del Interior presentó su renuncia, disconforme con la falta de apoyo a su plan "aperturista" y "conciliador", pero el presidente le pidió que se mantenga en su cargo. El día 6, a instancias de Albrieu, el PEN envió al Congreso un proyecto de ley que reformaba la legislación electoral y proponía una normativa que en lo esencial significa volver a la ley Sáenz Peña, es decir, al sistema de lista incompleta con lo cual la oposición recuperaría una importante presencia parlamentaria. "Too little, too late", reflexionaba un corresponsal norteamericano..
El 7 de septiembre, la CGT ofreció al Ejército la propuesta de sumarse a la resistencia armada en defensa de las instituciones y el gobierno peronista. La idea de "milicias populares" generó alarma en las Fuerzas Armadas, que consideraban la propuesta como inaceptable. Los hechos, de pronto, se precipitaron: el discurso de Perón del día 31 y la propuesta de la CGT de formar milicias sindicales parecieron ser el disparador del cambio de actitud en las fuerzas armadas respecto de la necesidad de derrocar al régimen peronista. Este estallido selló el destino de su segunda presidencia."
Se desata la crisis final
Los días que siguieron al 16 de septiembre de aquel año terrible marcaron el golpe final contra el gobierno peronista. El levantamiento lo encabezaba desde Córdoba el general retirado Eduardo Lonardi. Por su parte, el general Pedro Eugenio Aramburu, había desistido de iniciar el movimiento pocos días antes. Entre los más activos entre los sublevados se encontraban el contraalmirante Isaac Francisco Rojas y los capitanes de navío Arturo Rial y Jorge Perren. La Marina -fuertemente antiperonista- se sublevó en sus bases de Puerto Belgrano y Río Santiago. Desde Mendoza el general (RE) Julio A. Lagos se sumó a la conspiración. Pese a la oferta de armar milicias populares en defensa del Gobierno, los sindicatos no se movilizaron.
Perón pareció tomar conciencia de la gravedad de la situación el día 18 cuando buques de la armada bloquearon la costa bonaerense y amenazaron volar la destilería de petróleo de La Plata. El presidente decidió entonces renunciar a los efectos de "evitar la destrucción de los inapreciables bienes de la Nación". El día 19, sin embargo, pareció pretender retirar su renuncia pero fue en ese momento que la Junta, compuesta por 17 generales en actividad, decidió no respaldar al presidente. El día 20 se informó a la población que se había aceptado la renuncia de Perón y dos días más tarde asumió la presidencia el general Lonardi.
En su renunciamiento, Perón afirmó: "Yo que amo produndamente al pueblo, sufro un tremendo desgarramiento en mi alma presenciando su lucha y su martirio. No quisiera morir sin hacer el último intento por su tranquilidad y felicidad." Agrega que su espíritu de lucha lo impulsan a la pelea pero su patriotismo y su honradez ciudadana lo inclinaban a todo renunciamiento personal. "Ante la amenaza de bombardeo de los bienes inestimables de la Nación y sus poblaciones inocentes, creo que nadie puede dejar de deponer intereses o pasiones"
El intento de retirar la renuncia del día 19 por la tarde mostró a un Perón dubitativo, contradictorio y, seguramente, desprovisto del genio político de una década antes. Así como octubre de 1945 encontró a un Perón en su plenitud, decidido a montarse sobre la ola de la Historia y guíado por la estrella que marcó su ascenso al poder y su consolidación como máximo líder político de la Argentina del siglo XX, diez años más tarde ese mismo hombre parecía vacilar, dudar y no comprender con claridad el curso del proceso político en marcha. El conflicto con la Iglesia, inexplicable para un hombre dotado de un talento político inigualable como Perón, constituye una prueba cabal de aquella realidad.
Lo cierto es que los hechos descriptos marcaron el camino al golpe de estado que derrocó al gobierno peronista y que pasaría a la historia con el nombre de "Revolución Libertadora". Perón y el peronismo serían duramente perseguidos, demonizados y convertidos en objeto de odio y venganza. Dieciocho años más tarde, tras un largo exilio, Perón volvería al país y sería electo presidente de la Nación, por tercera vez, como ningún otro argentino.
El autor es abogado y profesor universitario de política exterior. Su último libro es "Rusia, actor global. El renacer de un gigante y la inquietud de Occidente"(Editorial El Estadista).
El autor es abogado y profesor universitario de política exterior. Su último libro es "Rusia, actor global. El renacer de un gigante y la inquietud de Occidente"(Editorial El Estadista).
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